13 diciembre 2005

El conuco ¿un problema ecológico?

















Para algunos representa erosión, desierto y muerte de fuentes de agua; mientras que para otros, el inconveniente de esta práctica agrícola radica en el mal uso de las tecnologías

La respuesta del científico venezolano Tobías Lasser sorprendió por su franqueza. Ante la pregunta de cuál es el mayor problema ecológico de Venezuela, este venezolano, creador del Jardín Botánico, no dudó en responder: el conuco. “El hombre derriba árboles, quema, siembra en partes inclinadas. Después, ¿qué queda?. Erosión, desierto, muerte de fuentes de agua”.
Una reflexión que levantó voces a favor y en contra de una práctica agrícola que durante milenios ha sido utilizada por las comunidades indígenas. Una de esas voces se eleva desde el Centro de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Experimental de Guayana (Uneg), institución que desde hace 22 años viene realizando un trabajo intenso en antropología económica, particularmente valorando la importancia del conuco y la calidad de las relaciones socio ambientales que a partir de él se establecen.

Mal uso de las tecnologías
Para el antropólogo Alexander Masutti, con doctorado en Francia y maestría en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), el verdadero problema ecológico radica en el mal uso de las tecnologías. “Aquellas tecnologías más adaptadas al medio corren el riesgo de convertirse en conflictivas, si no se cumple con un conjunto de parámetros mínimos que son garantía de su eficacia. Si no se respetan ciertos límites demográficos, es decir que haya mucha gente haciendo conuco en un espacio de bosque pequeño, entonces si se podría convertir en un problema ecológico”. Masutti da como ejemplo las carreteras, una de las áreas más visibles donde se pueden observar bosques impactados por los grandes pueblos asentados en estas zonas, “pero eso no es culpa del conuco, es culpa de una estrategia de desarrollo, de concentrar a un grupo de gente demasiado grande en un área con poca capacidad de carga”.
“Las sociedades indígenas, hasta que nuestro modelo de desarrollo se impuso, estaban obligadas a respetar los límites que les imponía el ambiente, si ellos destruían las áreas boscosas donde podían hacer conucos, simplemente como sociedad, desaparecían”. Añade que las investigaciones indican que los principales problemas ambientales del país están asociados más a la expansión de formas agrícolas y ganaderas que son propios de la sociedad criolla y que exigen el derribo extensivo de los espacios boscosos. “La ganadería exige tener potreros muy amplios y el bosque es enemigo de éste”.

5 mil años atrás
El investigador de la Uneg, recordó que la actividad del conuco en el estado Bolívar se conoce desde que apareció la agricultura hace cinco mil años atrás. “Si el conuco fuera una tecnología negativa para el ambiente nosotros no debiéramos tener bosque, sino un área totalmente sabanizada”. Por eso insiste en que toda actividad humana no necesariamente implica un impacto que negativo. “Durante todo el periodo prehispánico, la actividad agrícola asociada al conuco y a la siembra en vega lo que hizo fue mejorar el bosque y mejorar las tierras de áreas asociadas al río Amazonas o al río Orinoco. Eran suelos pobres que fueron siendo enriquecidos con la siembra de frijoles que fijan nitrógeno y que formaban parte de la actividad agrícola indígena”.

Agricultura rotatoria
Los estudios del profesor Masutti lo han llevado a concluir que la única posibilidad de aprovechar agrícolamente el bosque sin destruirlo, es utilizando la agricultura rotatoria, que es el conuco.
“Esto significa tumbar un pequeño sector de1 a 2 hectáreas de bosque donde la recuperación del mismo pueda darse, porque no lo estás fragmentando completamente sino un espacio. Luego talas, quemas, tienes un primer año de productividad, un segundo año clímax y un tercer año en el cual, la competencia de las hierbas del bosque que intentan volver a crecer en el conuco es tan grande que la producción disminuye sustancialmente y lo que resulta rentable es tumbar un nuevo conuco y dejar que éste sea recuperado por el bosque, lo que dependerá del sitio y de la calidad de los suelos, pero que está entre 20 y 30 años.”.
Explicó Masutti que en estos espacios se produce una renovación genética y funcional del bosque, para lo cual es necesario contar con un área lo suficientemente extensa para que se pueda dar el ciclo completo. “No es en cualquier zona que se hace un conuco ni te aguanta la misma población. Hay zonas donde debe haber menos población como la Gran Sabana que son suelos extremadamente frágiles donde el tamaño de la población debe ser muy pequeño. Las sabanas no sirven para hacer conucos, no son productivas, demasiado ácidas, tienen poco nutrientes y los productos del conuco ahí no se dan. En zonas del Amazonas donde las tierras son mejores puedes tener una mayor densidad de población”.
El antropólogo es de los que piensa que el conuco mejorado es una opción alternativa como modelo de desarrollo agrícola para la selva tropical amazónica y guayanesa.
“Se puede mejorar el conuco e invertir en tecnología siempre y cuando ello tenga una racionalidad económica, es decir, que la inversión en tecnología pueda ser compensada con las ganancias que se obtienen al vender el sobre producto obtenido”.

Un liderazgo en manos de los indígenas
Por experiencia propia, Alexander Masutti sabe que el control de esos procesos sólo se puede hacer con las poblaciones locales, “estoy seguro que las poblaciones de campesinos e indígenas que conocen bien el sistema, pudieran estar en la mejor disposición de hacer una cogestión participativa de los espacios del bosque”. Esta seguridad se fundamenta en la experiencia piloto que desde hace 9 años, desarrolla la Uneg en el área del Caura, trabajando con los yekuanas, sanema y hoti, en quienes recae, en este momento, el liderazgo del proyecto.
La primera fase de esta investigación contempló el inventario de los recursos de la cuenca tal como es percibido por los indígenas y estuvo coordinado por la profesora Analúa Silva. Luego, una segunda fase donde se evaluaron los derechos consuetudinarios, que se refieren a las normas de acceso a los recursos que son culturalmente propias.
“Cuando terminemos esta fase del proyecto iremos a la tercera fase que es de planificación participativa de la cuenca del Caura., pensando no solo en lo que es propio de la gente sino en sus expectativas a futuro, porque estamos hablando de indígenas que requieren recursos para medicinas de corte occidental, educación, que quieren mantener su espacio cultural propio pero cambiar en beneficio de sus sociedades”.

La naturaleza necesita 30 años para formar suelo fértil
El peligro de las deforestaciones en los ecosistemas tropicales húmedos de forma descontrolada sin las debidas prácticas agrícolas para la protección de los suelos, es lo que más preocupa al ingeniero agrónomo Alfredo Lezama. “Investigaciones realizadas en Africa y en Venezuela han demostrado que en los bosques pertenecientes a los ecosistemas tropicales húmedos se establece un equilibrio entre el suelo, la vegetación y los microorganismos del suelo, comportándose como un complejo órgano mineral ( suelo-planta-suelo) que se rompe al momento que es tumbada y quemada la vegetación para instalar el conuco”.
Lezama indicó que los cálculos recientes sobre conservación de suelo en estos ecosistemas, han evidenciado que “los suelos bajo cobertura de vegetación alta y densa en equilibrio, pierden por acción de la erosión natural 2 kilogramos de suelo por hectárea año y en suelos sin cobertura de vegetación pierden en el mismo tiempo y espacio 34 mil kilogramos de suelo/año; lo que permite inferir que para que se formen de 2 a 3 centímetros de suelo fértil, la naturaleza necesita un periodo superior a los 30 años”.

Experiencias de guayaneses con el águila arpía


Sus ojos no daban crédito a lo que veían. Cuando abrieron la nevera, se encontraron con un pichón de águila arpía, que apenas si podía moverse. Su cautiverio, en lo profundo de Sierra Imataca, había acabado. Sin embargo, el destino de “Gabriel”, nombre con el cual fue bautizado por sus rescatadores, no es el mismo de muchos de su especie que se ven amenazados por la cacería y la deforestación indiscriminada.

HECP: el inicio
Esta especie, propia de los bosques tropicales, forma parte de la gran variedad de fauna que exhibe Guayana. Según un estudio realizado en los años 90 por el Programa para la Conservación del Águila Arpía en Venezuela, HECP (siglas en inglés), en la región se censaron más de 30 nidos de águila arpía en las tierras bajas al sur del Río Orinoco y al este del Lago de Guri. El mayor número de nidos se ubicó al este del poblado de El Palmar, en el área de Río Grande de la Sierra de Imataca y al menos 18 de otros nidos se han ubicado e identificado en las adyacencias de lo que es la Reserva Forestal de Imataca incluyendo un lugar reportado en lo más alto de la altiplanicie de Nuria y otros cuatro cerca de Bochinche al sureste cerca de la frontera con Guayana.
Precisamente, el destino de “Gabriel” cambió con la labor de rescate que realizó en esa época el equipo de HECP liderizado por el venezolano Eduardo Álvarez, con el apoyo financiero de la Peregrine Found (Fundación del Halcón Peregrino), una organización conservacionista de Estado Unidos. En principio, el objetivo del programa era marcar los animales, estudiar su biología, colocarles radios satelitarios para conocer cuál era su rango de hábitat, tamaño del espacio que habita y toda la parte biológica de seguimiento y reproducción. Esta labor contó con la colaboración de Edelca, Proforca, Ministerio del Ambiente y los Recursos Naturales (Marn), e incluso de algunos aserraderos de la región.

Vivencias
Una de las personas que participó en estos rescates fue Luis Balbás, quien coordinó la Operación Rescate de Fauna de Caruachi, y es un estudioso del águila arpía. Sobre “Gabriel” nos comentó que luego de su recuperación durante un año en una de las casas del campamento Guri, lo enviaron -junto a seis más que fueron decomisadas- con el apoyo del Marn y el aval de Edelca a un centro de reproducción en la ciudad de Idaho, Estados Unidos. El apoyo de la Fundación Halcón Peregrino culminó una vez que se lograron los pichones de águila arpía.
“Una aventura como esa con un animal tan grande, metido en una nevera y una persona que trata de criarlo como un pavo para comérselo en navidad, lo que refleja es ignorancia y también necesidades, ingredientes que juntos, se convierten en una bomba de tiempo para lo que sea”.
Balbás aboga por una ciencia más educativa que vaya dirigida a la gente que interacciona directamente con ese medio, a través de un lenguaje sencillo que “le permita entender que el tema de la conservación es importante y que ese recurso se puede convertir en una especie de mina de oro y no en el sancocho de un día”.
Considera necesario divulgar el rol que juega el águila arpía en la cadena de la cual depende el bosque, y que las comunidades indígenas y criollas asentadas en la región reconozcan el valor turístico que tiene llevar a contemplar este tipo de animal.
“Es muy difícil convertir a los campesinos en conservacionistas, pero seguramente su sensibilidad natural los convertiría en aprovechadores de recursos sin que necesariamente lo extingan”.

Experiencia de un aserradero
Balbás considera como un logro el hecho que aserraderos como el de los Hermanos Hernández sean ductores de esta información. Esta empresa ubicada en Upata tiene la concesión de aprovechamiento forestal en el sector Bochinche de Sierra Imataca, lugar donde a principio de los años 90 el personal que realizaba los inventarios detectó un águila arpía que estaba anidada en un árbol muy frondoso de algarrobo y según pudieron observar las dimensiones del nido era de casi 2 metros de diámetro, constituido por ramas y palos de árboles gruesos.
Carlos Hernández, uno de los directivos de la empresa explicó que de inmediato notificaron al Marn, institución con la cual elaboraron un plan de protección en 40 hectáreas en donde estaba ubicado el nido, colocando vallas de señalización y contactaron a Eduardo Álvarez quien anilló al animal para hacerle seguimiento a través del radar e incorporarla al HECP.
“Una de las primeras cláusulas que deben respetar los concesionarios madereros es la concerniente al cuido y conservación del área destinada a la explotación forestal donde se hace énfasis en la conservación de la flora y fauna de la zona”.
Hernández recuerda que cuando apareció el águila arpía “nos sentimos muy orgullosos, porque comenzamos a participar junto a especialistas nacionales e internacionales del programa. Por eso, hemos sido bien exigentes con el personal que tenemos en campo de modo de brindarle a la flora y a la fauna del lugar, el mayor respeto por su conservación”.
Destaca Hernández las charlas que periódicamente dictan al personal que labora en campo y a las comunidades indígenas a quienes se les explican las condiciones especiales en que se encuentra el águila y lo que se persigue con su protección. De igual forma, estas charlas de orientación se dictan al contingente de la Guardia Nacional y del Ejército venezolano que se encuentran en la zona.
Actualmente, el Programa para la Conservación del Águila Arpía en Venezuela, coordinado desde Maracay, requiere una mayor presencia en la región con el fin de mantener viva la labor de personas como Luis Balbás y los Hermanos Hernández en la conservación de esta ave cazadora poco conocida y en peligro de extinción. Un compromiso de todos.