12 septiembre 2006

El río Orinoco no hace parte de la vida cotidiana de los habitantes de Puerto Ordaz


Así lo confirman los resultados preliminares de la investigación que desarrolla el profesor Luis d’Aubeterre, del Centro de Investigaciones Antropológicas de Guayana de la UNEG sobre las creencias y sentido común en comunidades ribereñas rurales y urbanas del Orinoco

Participantes de San Félix: -¡Esto es un paraíso! ¡Mucha gente se resuelve su comida y se va a pescar! ¡Es absurdo que teniendo al Caroní y al Orinoco no haya agua en los barrios! ¡Del río pa’ca somos marginales!
Participantes de Puerto Ordaz: -¡Aquí puedes tener contacto con la naturaleza! ¡La ciudad se construyó de espaldas al río! ¡Las playas de la ciudad desaparecieron con el embalse de Macagua! ¡En pleno parque Cachamay hay una cloaca que bota porquería al Caroní!
Los resultados parciales del estudio que desarrolla el Centro de Investigaciones Antropológicas de la Uneg desde el año 2004 sobre “Creencias, mitos y el sentido común del corredor ribereño del río Orinoco”, permitió evidenciar –en una primera aproximación-, que existe una marcada diferencia semántica entre las percepciones de quienes habitan en Ciudad Guayana y aquellos que habitan en los pueblos ribereños. Para los primeros “el río (Caroní) nos divide” mientras que para los segundos “el río (Orinoco) es como Dios”. Una divergencia que seguramente redefine la convivencia urbana y rural de los espacios colectivos porque mientras el río Orinoco casi no existe en el imaginario colectivo de Puerto Ordaz, para los poblados como Las Galderas y El Almacén, es un aspecto clave para su desarrollo, casi una suerte de “divinidad natural”.

COMPARAR E INTERPRETAR
El profesor del Centro de Investigaciones Antropológicas de Guayana de la UNEG, Luis d’Aubeterre, psicólogo clínico formado en la Universidad de París con doctorado en la UCV, explicó que el objetivo de este estudio es comparar e interpretar las creencias y configuraciones ideológicas y mitológicas que constituyen parte del sentido común de las personas que viven en comunidades ribereñas rurales y urbanas del río Orinoco en el Estado Bolívar, abarcando tanto los poblados rurales como El Almacén, Las Galderas y Los Castillos de Guayana, como en ciertos sectores urbanos de Ciudad Guayana (Castillito, Los Monos y Acapulco). Añadió que el diseño metodológico aplicado permitió “abordar en profundidad aspectos únicos de realidades psicosociales irrepetibles, lo cual no precisa de representatividad muestral”. Según dijo, la metodología consistió en una investigación de campo, de carácter exploratorio-descriptivo, comparativo e interpretativo, de tipo cualitativo etnográfico, en la cual se realizaron entrevistas a grupos focales conformado por unas 12 personas voluntarias reunidas una sola vez durante un tiempo promedio de dos horas, durante las cuales se produjo una discusión que fue grabada, transcrita y posteriormente analizada.

EL RÍO QUE DIVIDE LA CIUDAD
En los resultados preliminares, la investigación de d’Aubeterre refiere que los habitantes de ambos sectores de Ciudad Guayana (Puerto Ordaz y San Félix) hay un mayor número de creencias negativas sobre el río: “éste no “une” sino que “separa”, está contaminado, es inseguro, dejó de ser un espacio de recreación y contemplación para el ciudadano, ya no tiene playas para bañarse... De hecho, los participantes de San Félix tan sólo emitieron tres creencias positivas sobre “el río”. Además, todas las creencias dicotómicas se refieren siempre al río Caroní, mientras que el Orinoco apenas si se menciona asociado al primero, en 3 ocasiones (9%)”. Uno de los aspectos que más llamó la atención del investigador fue que para el imaginario de los participantes de Puerto Ordaz, el Orinoco fue casi “invisible”, no obstante, el río Caroní constituye “una fuente de orgullo por su belleza escénica, un espacio de distracción por sus playas, un símbolo de identidad local (Parques Cachamay y La Llovizna), y prestigio nacional e internacional por su importancia, dimensiones y su sistema de electrificación mediante represas (Macagua), todo lo cual sugiere que el río Caroní constituye un referente mayor en la construcción discursiva de “su” ciudad y de su identidad social como “guayacitanos”. Sin embargo y de manera contradictoria -como sugiere d’Aubeterre-, “se afirmó reiteradamente, creer que la ciudad se construyó de espaldas al río, de forma que éstos no pueden verse”. Asimismo, refiere el investigador que dentro de las creencias dicotómicas de los participantes de ambos sectores de Ciudad Guayana, destaca su preocupación por la creciente contaminación industrial, mercurial y doméstica de los ríos Caroní y Orinoco y sus críticas al respecto contra la CVG y sus empresas, y los gobiernos local y nacional. “De todo esto hasta ahora interpretamos que, si bien el río Orinoco no hace parte ni del territorio-paisaje citadino, ni de los lugares que conforman el espacio de vida cotidiana de la mayoría de los ciudadanos de Puerto Ordaz, en cambio, el río Caroní, es un objeto muy presente (de manera ambivalente y contradictoria), en la construcción discursiva que hicieron los participantes, de “su ciudad” simbólica e imaginaria”.

EL RÍO ES COMO DIOS
La investigación demuestra que mientras en Puerto Ordaz, el Orinoco casi ni se percibe, otra historia muy distinta se aprecia en la forma como el río fue construido discursivamente por parte de los habitantes de los pueblos ribereños que participaron en este estudio. “Tenemos que las creencias positivas emitidas en el pueblo de pescadores de Las Galderas, hablan del Orinoco como una suerte de divinidad natural que provee a los hombres de todo aquello que requieren para poder vivir, adjudicándole ciertos rasgos anímicos que darían cuenta de su tempestuosidad y violencia (que a veces cobra la vida de alguien), o bien su benevolencia, al prodigar buena pesca. Ello sugiere una configuración mitológica en donde el río, con su cíclica subida y bajada de aguas, con su inmensa corporeidad acuosa, no sólo ritma e impregna la vida cotidiana de la comunidad, determina las actividades de producción pesquera y agrícola, etc., sino que hace parte fundamental del imaginario colectivo, está íntimamente ligado a las prácticas rituales: el rezo antes de salir a la faena, el agradecimiento luego de una buena “redada de peces”, las fiestas patronales a “Santa Ana”, los relatos sobre muertos y aparecidos del más allá”.

LOS CASTILLOS: OTRA CREENCIA
Otro caso muy distinto resultó en Los Castillos de Guayana, donde se habló muy poco del Orinoco. “Aunque también allí su presencia es imponente y constante en todas las prácticas de la vida cotidiana de las personas que allí viven (al buscar agua para lavar, fregar, cocinar, bañarse, pescar, caminar, “canaletear” hasta la otra orilla), las creencias emitidas se refirieron al río como parte del paisaje”. Al respecto d’Aubeterre señala que una de las características propias de Los Castillos de Guayana es su particular dependencia socio-económica de la CVG durante varias décadas, sobre todo hasta mediados de la década de los ’90, “la cual administra y mantiene las instalaciones históricas de los castillos coloniales (…) así como también planificó y ejecutó obras públicas en el pueblo, todo lo cual imprime al pueblo un aspecto ordenado, pulcro y atractivo para el visitante, al tiempo que crea algunos puestos de trabajo (cada vez menos), para la población. Esta situación habría creado una fuerte relación de dependencia entre los habitantes y la CVG, con la consecuente abulia y desinterés en emprender iniciativas comunitarias en los propios habitantes del pueblo”. Para Luís d’Aubeterre esta investigación es apenas una aproximación. Actualmente, trabaja en la segunda fase del Proyecto Corredor Ribereño Orinoco con un proyecto socio-ambiental en el marco de las comunidades ribereñas eco-innovadoras, con la participación del Centro de Investigaciones Ecológicas de Guayana, Fudecotur, Fundación La Salle, Unexpo, Centro de Investigación Gestión Ambiental y Desarrollo Sustentable, Fundación Jardín Botánico del Orinoco y el apoyo de Ministerio de Ciencia y Tecnología.

CLAVE DEL TURISMO
El profesor d’Aubeterre aclaró que los grupos focales de ambos pueblos ribereños del Orinoco, (Las Galderas y Los Castillos de Guayana) convergieron al creer cual verdad obvia, que el Orinoco es un elemento clave muy importante para el desarrollo de la actividad turística local, sobre la cual ambas comunidades tienen grandes expectativas de desarrollo en un futuro cercano. “Resultó contrastante la vitalidad emprendedora de los líderes y habitantes del pueblo de Las Galderas, quienes también coincidieron en tener una perspectiva de desarrollo económico con el turismo, para lo cual ya se habían organizado en una cooperativa que atiende desde el trabajo de la pesca y la agricultura, hasta la seguridad médico-asistencial de sus afiliados, al tiempo que se proponía toda una serie de proyectos de construcción de infraestructura como marina, cabañas, restaurante, casas, pozo séptico comunal, créditos para la compra de lanchas de paseo, etc”.

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